El robo de tapas de alcantarilla, un 'negocio redondo' en Cali
Lo que pasó en Bogotá la semana pasada, con la niña que murió en la alcantarilla, podría suceder aquí en cualquier momento. Cada mes, delincuentes se llevan un promedio de 400 tapas.

Poco a poco, a la vista de todos pero sin que nadie los vea, los delincuentes que atentan contra la infraestructura de servicios públicos están convirtiendo a Cali en una trampa gigante.
Aunque todavía no hay víctimas mortales, lo que sucedió en Bogotá hace una semana, cuando Michel Dayana Becerra, de 2 años, murió tras caer a una alcantarilla a la que se le habían robado la tapa, podría pasar aquí en cualquier momento. Tan solo el pasado miércoles, Laura Sofía Escobar Giraldo, de 4 años, quedó lesionada tras caerse a una recámara del acueducto que permanecía destapada en la en la calle 78B con Transversal 103, al oriente de la ciudad.
La niña estaba caminando por el barrio Los Naranjos junto a sus papás. No estaba corriendo. No iba sola. No la empujaron. De acuerdo con Liliana Benitez, tía de la menor, semanas antes un muchacho se había caído ahí mismo, en ese hueco desatendido a las afueras de Billares Fernández. Seis meses atrás, una periodista de este diario había caído a una alcantarilla sin tapa al frente de la Universidad Santiago de Cali.
La frecuencia de esos accidentes nadie la sabe. Ni la Empresa de Servicios Públicos de Cali, Emcali, ni los hospitales, ni nadie. Pero hay un dato que permite hacer un estimativo del riesgo: diariamente, Emcali debe reponer entre 25 y 30 tapas de alcatarillas; si todos los días tuvieran que reponer 20, y los fines de semana no se presentaran hurtos, eso se traduce en 400 huecos abiertos cada mes, 4.800 descubiertos cada año por ahí, entre calles, andenes, esquinas por las que transitan niños, mujeres, ancianos, familias enteras.
En este momento Emcali afronta 65 reclamaciones por caídas y accidentes de tránsito, interpuestas por esas víctimas que nadie cuenta.
Y aunque Emcali, después de registrado el faltante, hace la reposición el mismo día, hay muchos casos que desconocen porque no son reportados. Puede que la gente, acostumbrada a los huecos, tan comunes como el polvo en las calles, crea que ese o aquel que vieron allí en la cuadra, saliendo de la casa, entrando al trabajo, es uno más de tantos. Y considere que hacer una llamada sea pérdida de tiempo. El año pasado, la Cámara Colombiana de la Infraestructura dictaminó que de los 2,350 kilómetros que componen la malla vial de la ciudad, solo el 2% estaba en buen estado.
Pero este no es solo un asunto de indiferencia. El robo de las tapas sigue siendo uno de los métodos más usuales entre drogadictos urgidos por dinero en la calle. Las varillas de hierro que conforman la estructura rígida sobre la que se construye la tapa son, en el universo de la adicción, plata en efectivo para seguir destapando las vías del consumo.
En algunos rincones de Cali, esas varillas pueden costar hasta cinco mil pesos; en otros rincones, esas varillas son cambiadas mano a mano por papeletas de bazuco; en esos rincones de Cali, aquellas capitales del cambaleche funcionan día y noche.
El hijo de una trabajadora social que lucha contra la adicción en el barrio Sucre, cuenta que allí y en El Calvario una papeleta de bazuco vale 300 pesos; y que alguien con cinco mil en efectivo o su equivalente en hierro, puede conseguirla en $200.
Así entonces, en las manos de quien haya resbalado por el hueco sin fondo del bazuco, la tapa de una alcantarilla se traduce en 25 cigarros, lo suficiente para pasar la noche en ese estado difuso donde el único delito visible es sacar la cabeza de las oscuras profundidades de la droga.
El coronel Hoover Penilla, comandante de la Policía Metropolitana, dice que la problemática es tan difícil de conjurar como en Bogotá, donde los habitantes de la calle tienen azotada la infraestructura de servicios públicos. “Por eso tenemos que combatir a los que compran ese hierro. Ahí es donde hay que focalizar acciones”.
Para darles una mano, hace nueve años Emcali conformó un grupo de reacción motorizado que se encarga de velar por las tapas de las alcantarillas, las rejillas de los sumideros, las tapas de las recámaras de energía, los medidores, las tapas de las cámaras de comunicaciones, los cables telefónicos, las luminarias. Porque todo eso se lo roban. Solo en lo corrido de este año 110 personas han sido capturadas.
De acuerdo con el coronel Germán Huertas, jefe del Departamento de seguridad de Emcali, 18 de esos detenidos hacían parte de bandas organizadas que se dedicaban exclusivamente al robo de infraestructura de servicios públicos. Y a pesar de las dificultades para la judicialización de los delincuentes (ver entrevista) en los primeros nueve meses del año se iniciaron 62 procesos penales en su contra.
En la primera semana de junio, por ejemplo, ocho personas fueron condenadas con penas privativas de la libertad que oscilan entre los 48 y 72 meses. Aunque parezca lo contrario, poco a poco, también, robarse una tapa del alcantarillado deja de ser un delito refundido en el hueco de la impunidad.
Pero esto no es lo que sucede con el cobre extraído de los cables telefónicos, que los ladrones cortan desde los árboles o extraen desde el suelo abriendo las cámaras de telecomunicaciones que hay a ras de suelo, en los andenes de cualquier cuadra. Hasta ahí llegan, incluso, con vehículos dotados con sistema de tracción Wincher para jalar el cable subterráneo.
Aunque lo que se llevan los delincuentes no está cuantificado, Héctor Fabio Marín, ingeniero de Planta Externa de Emcali, da un dato para hacerse una idea: un metro de cable de 200 pares de hilos de cobre, utilizado para la conducción de la voz telefónica, vale 17.000 pesos; un metro de 2.400 pares vale $195.000. Cinco metros de este último, entonces, representan un botín de un millón de pesos; 50 metros, diez millones. Esa es la razón por la cual, en la ciudad, sigue operando un cartel del cobre que aun no ha podido ser desmantelado.
Y esas cifras son la razón por la cual ese cartel sigue abriendo tapas, dejando huecos, sin importar quien pueda caer ahí. Sin importar si es una niña de 2 años la que pueda morir.
El departamento jurídico de Emcali ha detectado que ese cartel tiene un funcionamiento piramidal y que muchas veces utiliza a los habitantes de la calle como sus proveedores primarios. Pero no tiene muchas más certezas. Nadie en Cali, en realidad.
Ni siquiera hay certezas sobre el numero exacto de chatarrerías que funcionan en la actualidad: muchas no están registradas con ese concepto de negocio comercial, sino que aparecen camufladas como talleres automotrices o bodegas de almacenamiento. El hijo de la trabajadora social que trabaja en Sucre tampoco tiene certezas sobre el tema.
Pero sí sabe algo: entre El Calvario y ese barrio pueden haber 70 bodegas, cuartos, casas, que almacenan chatarra. En algunas de ellas, las varillas de las tapas o un metro de cobre, son plata en efectivo día y noche.
Tomado de: www.elpais.com.co